I●・1
El sobresalto fue mayúsculo. Ya había podido retomar el sueño tras un día lleno de un nerviosismo inusual en todo el entorno que se contagiaba impreso de una sensación de miedo que se mascaba en el ambiente y se percibía tan sólo con echar una mirada a cualquier punto de la ciudad. Una ciudad que se paralizó tras el primer acontecimiento, para más tarde, abocarse a un cúmulo de preguntas que nadie sabía , podía o quería contestar. La oscuridad lo invadió todo, una oscuridad espesa a la que ningún esfuerzo con los ojos podía acostumbrarse. Intentó incorporarse pero resultó imposible , tenía las piernas atrapadas hasta las rodillas por los cascotes que , intuyó , cayeron del techo. No quería moverlas, el pánico a tenerlas rotas podía más que el impulso a salir de allí, o tal vez, ambas cosas lo mantenían paralizado, con los sentidos en alerta, la boca seca y un estallido de indefensión en lo más profundo del alma. Durante unos segundos creyó escuchar un grito lejano atado al incipiente viento que entraba por alguno de los boquetes abiertos a la desolación como un silbido ahogado, decapitado, indefenso en esa madrugada negra, sin un solo guiño del amanecer, fría en pleno verano, carente de un mínimo de calidez al que sostenerse. Comenzó a mover los pies hacia delante y hacia atrás, los acompasó con el reconocimiento de los dedos, arrastró las pantorrillas lentamente, comprobando con cierto alivio que no tenía las piernas rotas. Con alguna dificultad pudo sentarse en el filo de la cama; fue entonces cuando notó la sangre cayendo por los muslos, reviviendo su olor, su color y la hematofobia que le había acompañado en el trascurso de su vida.
Comentarios
Publicar un comentario